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Entrevista a la ilustradora Mónica Weiss

Cuéntame cómo empezaste en la profesión de la ilustración

Empecé de una manera totalmente casual, porque yo me dedicaba a la arquitectura, y por quince años es casi lo que hice exclusivamente. Tenía cátedra en la universidad de arquitectura y todo. Estaba totalmente metida en eso, y cuando empecé a tener hijos entré en una frecuencia totalmente distinta, mucho más íntima, y la arquitectura me resultaba insoportable. La práctica de la arquitectura. O sea, la obra. Sencillamente, dejé de hacer arquitectura sin saber qué hacer. Como no sabía qué hacer, me puse a pintar mientras pensaba. Y una amiga me vio en ese estado y me dijo, “¿me hacés unos dibujitos para un cuento que yo les escribí a mis hijos? – ¡Sí, dale, dale, así hago algo!” Tardé un año en hacer doce láminas y se las regalé, y me olvidé del tema. Y al año de eso me llama por teléfono una editora – que yo no sabía que era editora, porque en Argentina es muy famosa como personaje de la televisión, porque tiene programas de cultura – que se llama Canela. Canela es muy famosa por la tele. Y llama a mi casa, pregunta por mí. Ella hacía una propaganda de yogur, “La Serenísima”, y yo me pensé que había ganado un premio por una tapita de yogur (risas), ¡no sé, cualquier cosa! ¿Por qué me iba a llamar Canela? La cuestión es que Canela me dice “Estoy mirando un dibujo tuyo, ¿querés ilustrar un libro para la Editorial Sudamericana?”. Ahí hice mi primer libro. Y ahí me di cuenta de que era absolutamente mi mundo. Me salió con una facilidad total. Me hicieron escribir así, en dos minutos, la solapa del libro con unos comentarios… Fue todo como que era mi mundo, y no me había dado cuenta antes. Realmente te digo que me llovió del cielo, ¿me entendés? Porque yo no me había enterado.

Ése era el año 1994, o sea que tenía treinta y ocho años. A los treinta y ocho años me di cuenta de que en realidad mi mundo era el mundo de los libros. De ahí en adelante empecé a ilustrar uno detrás de otro, empecé a escribir…

¿También escribías los libros que ilustrabas?

Algunos sí y otros no. A mí me gusta mucho hacer teoría y entonces empecé a preparar conferencias y artículos teóricos. Y en Argentina, básicamente, sólo dos ilustradores nos dedicamos a eso. Uno vino acá el año pasado o hace dos años, que es Istvansch, muy amigo mío, y a los dos nos encanta hacer teoría.

De golpe, en poquísimos años ya tenía… (se queda pensando). Ayer dijeron que yo he hecho cuarenta libros. Yo tengo hechos más de cien libros, porque ella agarró una biografía de hace como seis años (risas). Pero quiero decir, fue una cosa increíble, fue una especie de catarata, un descubrimiento tardío impresionante. Así que fue muy lindo, y para mí, que vengo de otra disciplina que amo, más aún. Me encanta proyectar, pero me resulta muy tortuosa la práctica real. Te tenés que pelear todo el tiempo con los proveedores, tenés un cinco por ciento de felicidad y el resto es un plomo. En cambio hacer libros es un trabajo hermoso, los tiempos dependen de vos, no de otra persona que no cumple. Y el trato con los editores, en general, es muy interesante. En general (risas).

Me ha sorprendido que has hablado mucho de las pequeñas editoriales. Muchas veces los ilustradores no nos damos cuenta y tiramos directamente a Santillana, SM, Kalandraka…

M: Si vos ponés un libro ahí no vas a ganar plata porque te pagan muy mal y no te pagan derechos.

Io: ¿No te pagan derechos?

M: No, en Santillana y eso no te pagan derechos.

Io: Yo estoy pez en el mundo editorial porque estos son mis dos primeros años de empezar en el mundo profesional.

M: Ojo, ahí hay una diferencia, tenés razón. En España puede que paguen derechos…

Io: Es que yo creo que sí, porque las asociaciones están peleando mucho…

M: No es por eso, porque yo también me peleo. Es por el tipo de colecciones que tienen. Porque esas grandes, en Argentina, tienen sólo colecciones de bolsillo. En cambio a nosotras nos llegan, por ejemplo de SM, Santillana… álbumes muy interesantes que se producen.

Pero es curioso, porque allí, que parece todo más económico, debería resultarles más sencillo producir álbumes así.

Es lo que comentaba ayer, que en general las grandes compañías usan a las pequeñas subsidiarias de las pequeñas de los países, digamos, del Tercer Mundo, como bocas de expendio de lo que se produce acá. Por eso allá se produce menos. La producción interesante está por fuera de estas grandes editoriales. Es muy raro que un libro de una de estas editoriales sea interesante.

¿Piensas que está bien apostar por las pequeñas editoriales como algo recíproco? O sea, una pequeña empresa siempre va a tener más personalidad…

Sí. Mi experiencia con las pequeñas editoriales incluso es que a veces ganás más dinero, y eso es increíble. Pero por ejemplo, yo aposté mucho por una editorial de Córdoba, Argentina, que se llama ComunicArte, que cuando empezó casi no tenían dinero, pero ellas me encantaron. Eran dos personas que se proponían hacer una política muy fuerte de venta al exterior y de venta a los Ministerios en Argentina. Y vos no sabés lo exitosa que es esa editorial. Te digo como cosa práctica, porque no hay que ser duro… No hay que ser esquemático con los contratos. Ellas nunca habían hecho libro infantil. Yo lo que arreglé con ellas es que los primeros tres libros, con los cuales lanzaron la parte infantil con una colección con distintos escritores y que yo ilustro, y que se llama “Veinte Escalones”  y ya vamos por el número veintiséis. Yo lo que arreglé con ellas es que para los primeros tres libros les diseñé la idea de la colección, que es una idea muy casera, como que se note que no es una multinacional, como una cosa hecha a mano, un boceto en lápiz. Como las anotaciones que hacés al costado cuando estás leyendo, ¿viste, que hacés un dibujito? Eso. Y los títulos dibujados a mano, también así como un boceto. Y no se los cobré. Les hice todo ese trabajo, no sólo ilustrar los libros sino el diseño de la colección, digamos la imagen visual… La identidad, tal cual. Y lo que arreglé con ellas es así: “No me paguéis adelanto” -porque no tenían un peso-, “vos hacé la política de venderlo mucho, pero dame derechos por las tapas”. Mirá, porque la cosa es así: esa colección es para edades desde chiquititas hasta veinte años. Entonces a veces hay novelas así, que tienen sólo la tapa ilustrada, y hay otras para chiquitos que tienen treinta ilustraciones en el interior. Entonces, yo lo que arreglé fue -mirá la falta de esquema- cobro lo mismo en todos los libros, tengan treinta ilustraciones o una sola, pero cobro derechos de autor por la tapa, que eso va a ir en todos. Mirá, son la salvación de mi vida. ¿Por qué? Porque yo en los primeros tres no cobré el adelanto, pero ellas venden a los ministerios cantidades industriales, y yo, por la tapa, que cobro un dos por ciento -que es insólito, porque a cualquiera que le preguntes, nadie cobra derechos de autor por una tapa-… ¡No sabés la cantidad de plata que cobro (risas)! Deben ser los libros que me dan más plata, a mí.

Es que muchas veces se tiene el concepto al revés. Es como “editorial pequeña, poco dinero, poca calidad, poco tal”. Y claro, habrá de todo

Esta es una editorial genial. Y después, lo que también muchas veces hago para tranquilizar al editor -pero te digo que es raro, es una cosa psicológica, porque si vos hacés la cuenta es lo mismo- es lo siguiente: yo le digo “en la primera edición no te cobro derechos de autor, me pagás adelanto, y a partir de la segunda, si se empieza a vender bien, cobro derechos de autor.” La cuenta del adelanto es la misma de lo que cobrarías de derechos de autor. Es absurdo. Es la misma cantidad de plata. Pero eso, desde luego, tranquiliza al editor.

Pero de todas maneras, eso también te funciona porque en Argentina, como nos comentabas en tu charla, duran más los libros. Porque aquí yo creo que eso no podría funcionar.

Exactamente. Es verdad. Y además hay otra cosa, que hay una relación muy afectiva con las editoriales. Yo te digo que es algo rarísimo esa excepción, ¿eh? Son mis amigos.

Pero tú eres la excepción a la regla, porque por todo lo que he oído por ahí, no es que sean amigos-amigos (risas)

Mirá, en Argentina son personas… No sé cómo será acá. Sé que yo donde noto una real diferencia, como comentaba ayer, es en EEUU, que realmente son seres abominables. Es un trato estúpido. ¿Viste cuando tenés la sensación de un jefe estúpido? Bueno, es eso. Alguien que no sabe nada y está opinando, y va a decidir. Y en Argentina, o por lo menos en otros lugares de América, no es así, son personas muy interesantes. Y además son personas que te escuchan o que te valoran. Por supuesto que hay de todo, pero no hay que ser prejuicioso, ni ir de frente como si fuera un enemigo, porque esa es la cosa menos inteligente. Lo más inteligente para ambos lados es negociar lo mejor posible. Y también tenés que pensar que el editor está luchando por la supervivencia del libro. Porque si vos exagerás con las demandas, sencillamente el libro no va a ser viable, porque no se lo van a aceptar. No es una claudicación, es como hacer un esfuerzo por la vida del libro.

Aprovechando que eres Argentina te pregunto… Ahora, con toda la crisis que hay -sobre todo aquí, en España- y el gran volumen de ilustradores nuevos que van saliendo con todo este “boom” de la ilustración, ¿tú crees que sería interesante el hecho de moverse por el mundo y buscar otros países donde aún no se haya producido? Yo opino, por ejemplo, que Paraguay o Bolivia podrían verse como una apuesta totalmente loca; pero creo que el comenzar allí algo barato, accesible para la gente, podría ser un proyecto interesante.

Imagínate que como Americana te voy a decir que sí de una, porque es nuestra historia. Nuestra historia es encontrar lugares donde nadie fue todavía a explotar, a hacer prosperar. Y es verdad que hay muchísimos lugares donde, sencillamente… No es una cuestión solamente de pobreza. Por supuesto que hace falta tener un cierto capital para editar un libro, pero no mucho. No es una cosa cara, comparado con otras producciones. Es más una cuestión de proponérselo, de ingenio, de pensar en ese ámbito, con esas condiciones, con esos materiales, con esa gente, cómo darle forma a algo. Por ejemplo, a una editorial, o por ejemplo a una asociación, o algo así. Y la sensación que yo tengo es que nosotros, en eso, fuimos un poco afortunados, porque a nosotros nos agarró la crisis en el 2001. Nosotros pudimos salir a buscar mercados, por ejemplo a Europa, porque nosotros resultábamos muy baratos, y era un montón de dinero para nosotros. En cambio en este momento es más difícil para los europeos, salir a buscar un mercado en América, porque es muy diferente.

¿Eres parte de alguna asociación de ilustradores?

Sí, yo fui, desde que nació hasta los primeros siete años, la coordinadora general del Foro de Ilustradores de Argentina. El Foro de Ilustradores tiene ese nombre no por casualidad. Somos una asociación rara, muy horizontal. Y además te voy a decir algo. Yo fui la coordinadora general siete años. Cuando dejé de serlo, porque me cansé, yo sigo haciendo emprendimientos locos como estos, pero no coordino todo el Foro. Nadie me suplantó. O sea, no hay un coordinador general.

¿Pero se sintió la diferencia, o siguió rodando?

Mira, se sintió la diferencia por un lado, por otro lado todas las estructuras que armamos siguieron andando solas. Por ejemplo la página web, que es como nuestra bolsa de trabajo básica…

Sí, sí, yo además desde España estoy muy al día de todo lo que hacéis, es increíble.

Claro. Después, por ejemplo, el compilado, las muestras anuales… ¡Todo anda solo! El espacio ya lo tenemos ganado, entonces simplemente lo hacemos, pero eso es notable porque sigue andando solo sin autoridad (risas).

Para mí es un orgullo increíble que haya pasado eso. Por otro lado, pienso que en algún momento seguramente se va a volver un poco más formal. Hay mucha gente que hace mucho tiempo quiere hacer eso. Fíjate que por ejemplo hay gente que está planteando un estatuto y ya lo tiene redactado y todo, es una cosa que estudiaron para crear una asociación. Y esto ya se hizo hace como cinco años pero no termina de…

Sinceramente, no sé muy bien por qué. Creo que tiene que ver con que lo que nos permite esta especie de cosa que no se sabe muy bien qué es, es una libertad gigante. Por ejemplo, la muestra ésta de doscientos cincuenta ilustradores la organizamos nosotros, pero invitamos a todo el mundo, no tenías que ser del Foro para ser parte. ¿Entendés? Eso te da esta libertad. Porque ahí a veces, cuando estás en una asociación más cerrada, que el que no paga la cuota no participa, y qué sé yo, después los que pagan la cuota se quejan, porque “como yo pagué, y el otro…”

Sí, ser inclusivos también fomenta la diversidad, y eso es riqueza. ¿En qué sientes que te ha beneficiado como profesional?

Para mí es al revés porque, bueno, te digo que el tema derechos lo conseguimos nosotros por insistir y por ser el Foro. El camino que elegimos fue hacernos deseables. Cuando entré a ilustrar, 1994 o 1995, la cosa era ir muy contra los editores y poner solicitadas en los diarios y qué se yo, y ahí no había diálogo posible. Los editores decían “ni loco te voy a dar derechos”. Y el planteo fue ir a buscar mercados externos, hacer obra maravillosa y qué se yo, y que ellos vengan y nos vengan a buscar. Como en el amor (risas), ¿viste? Fue tal cuál, porque entonces, los primeros años que trabajábamos para fuera, nos venían a plantear trabajos y les decía, “mira, perdona, pero yo estoy haciendo libros que me pagan veintidós veces más que vos”. ¡Veintidós veces! Porque el cambio en ese momento era uno a dos. Y sin embargo era veintidós veces más caro, o sea que no era sólo un tema de cambio, era un tema de valoración del trabajo.

Eso es el beneficio que yo recibí, pero te voy a decir algo al revés, y es que para mí el Foro es mi obra de arte mejor, ¿me entendés? De mí para fuera, como obra, para mí es lo más interesante que hice. Porque en las otras cosas me parezco más a los otros ilustradores en que hago lo mejor posible para mis libros, pero no sé si se equipara a haber pensado una forma de agrupar a tanta gente tan extraña (risas).

Y que beneficia a tanta gente. Claro. Sentir que has unido a gente, que has creado una fuerza…

Los que empezamos, que éramos más o menos catorce personas o así, todos tenemos la sensación de que fue histórico lo que hicimos. Por eso te digo, que lo más grande es la sensación de haber construido.

¿Tú normalmente sueles tratar con el cliente, o trabajas o has trabajado con algún tipo de agente en el extranjero?

No, yo nunca tuve agente. La gente que trabaja en el extranjero con frecuencia trabaja con algún tipo de agente, sobre todo los que trabajan para EEUU o Canadá.

¿Y qué experiencia tienes?

Yo siempre trabajé de manera directa. A mí no me gusta trabajar con agente en EEUU, porque dejás de vivir. Te lo digo así. Porque te empiezan a dar un trabajo detrás de otro y no podés decir que no. Te quedás fuera de la agencia. Las dos o tres amigas mías que han hecho eso estuvieron unos años y llegó un momento que lo dejaron.

O sea, que queman a la gente.

Queman a la gente. Mira, justo te iba a decir que la obra, no sabés cómo baja el nivel. Porque cuando empezás a producir así, ya se corre el eje de lo que estás haciendo. Empezás a trabajar para complacer a la gente para que te sigan dando laburo. En Argentina no se estila tener agente. El mercado no da todavía como para tener agente. Ni siquiera los escritores tienen agente, en Argentina.

Bueno, pero existen bancos de ilustraciones que no son exactamente “eso” que comentaban que quieren crear ahora, que me parece una abominación. Tú creas una serie de ilustraciones -más para temas editoriales, revistas y tal- y ellos lo gestionan. Tú negocias unos precios con ellos para según qué cosas. Por ejemplo, si van a poner una ilustración tuya en una taza y van a hacer una tirada de no sé cuántas, te crean un precio. Y más o menos así. Pero claro, es algo muy estandarizado, porque tienes que hacer cincuenta ilustraciones. El tema del licensing.

Te voy a decir una cosa. Eso es totalmente inmanejable, porque eso vos después no lo podés controlar. ¿Cómo sabés que no le vendieron cuarenta y siete mil a Japón? No, estoy en desacuerdo absoluto.

¿Te has encontrado alguna vez en una situación desagradable con un cliente? No poder manejar la situación, o no poder negociar, o que veas que no respetan tu trabajo…

Nunca nada terrible, que yo recuerde. Hay dos experiencias que puedo recordar. Una es algo que sí nos pasa todo el tiempo, y es que la misma persona con la que vos creás el libro, que es el editor, y hay como un cierto nivel de idilio porque es como ser los padres de un bebé, porque estáis haciendo una obra… Y con esa misma persona tenés que ir a discutir de plata. Y eso es muy difícil para nosotros, porque nosotros estamos tan entusiasmados con el proyecto que muchas veces decimos “bah, no importa”. Y entonces nos cuesta, es difícil hablar de dinero con la misma persona con la que estás en un idilio. Es difícil. Las editoriales grandes en eso tienen una ventaja, que tienen el departamento correspondiente y lo hablas con alguien que no te importa. Pero en las normales en general es con la misma persona, con el editor, y siempre te gana. Te gana, porque te dice “esa es la política que tenemos”. Es algo que te pasa todo el tiempo, por eso es muy importante la asociación, porque ahí decís, “no, mirá, yo por mí todo bien, pero me dijeron en el Foro que…”, y eso te respalda. Nosotros habíamos pensado en hacer un sello grande, así, por ejemplo en todos los originales que entregábamos iba el sello que decía “esta obra no debe ser raspada, bla bla bla”, y firmado por el ilustrador. Ya sólo para meter presión, ¿viste? Como para que sepan que hay algo atrás.

Y la otra es que una vez sí tuve una experiencia… Tampoco es terrible, fue casi cómica. En editorial Atlántida me pidieron hacer una nueva “La hormiguita viajera”, que cada diez años la hacen. “La hormiguita viajera” fue muy muy popular en los cuarenta y cincuenta, se vendía en España y en toda Latinoamérica, una vez por semana y era cosita así de un peso o dos pesos. Y la cuestión es que me hicieron hacer todo el trabajo y el gerente general dijo “es hermoso, pero no lo vamos a publicar porque no es televisivo”. Y ya después me enteré de que ese gerente general había sido el gerente general de la fábrica de salchichas más importante de Argentina (risas).

Desde la perspectiva que tienes de España, ¿crees que aquí los profesionales creativos -ilustradores, diseñadores, artistas…- están correctamente valorados?

Hasta antes del viaje es distinto que después de escucharlos, ¿no? Hasta antes del viaje una siempre idealiza; ve unos libros hermosos que vienen de OQO, Kalandraka… Y entonces te imaginas que todo es más fácil. Y claro, por supuesto hablando después con los artistas de acá te das cuenta de que tenemos problemas muy parecidos. Aunque estamos en momentos muy distintos, y yo creo que en este momento cierto miedo a la crisis tiñe todo. Si hay un país rico y un país pobre, en el país pobre la crisis es como de todos los días. A nosotros nos llama la atención cuando se cumple algo, “¡oye, era verdad!”. Pero en general es como que estamos acostumbrados a que “bueno, va a fallar”; o por las dudas siempre tenés un plan B. Y por ahí, lo que percibo es que cuando te acomodás mucho y estás muy bien, de golpe viene un problema y perdiste un poco la capacidad de reacción, porque estabas acostumbrado a que todo saliera bien. O, en este caso en particular, acá hay mucho apoyo del Estado, subsidios y cosas así. Y nosotros nunca tenemos nada, con lo cual más bien nunca contamos con eso. Entonces, cuando logramos un subsidio nos parece una fiesta. Nosotras gestionamos un subsidio sin ninguna esperanza, para sacar el catálogo lujoso, y no nos lo acabamos de creer cuando nos lo aprueban. No, pero en serio, creo que eso “tiñe” mucho. La sensación que vos tenés hacia el futuro te tiñe lo que vos creés qué te está pasando en el momento. Yo ayer escuchaba y había como una cosa, una angustia… Visto desde fuera, ustedes siguen siendo ricos (risas). Ricos con algún problema (risas).

¿Qué experiencia tienes con el trato a “conocidos y entorno cercano”? Porque siempre es una situación un poco comprometida, cuando gente que conoces te pide cosas…

Ah, no, eso es lo peor que te puede pasar. Hay que tratar de eludir esa situación. Yo recomiendo que se lo pases a un amigo que necesite trabajo. ¿Sabes lo que pasa? Que puede acabar con muchas amistades o parentescos. No, lo que pasa es que el eje está puesto en otro lado. Cuando vos sos amigo de alguien, te cuesta mucho decirle “ché, esto es horrible”“no quiero hacer esto”. Con una relación sólo laboral lo decís amablemente pero es mucho más fácil decirlo. Con una relación ya previa, personal, empezás a hacer un montón de concesiones y después en realidad no te gusta lo que sale. Yo siempre tengo mucho laburo, entonces siempre tengo excusas para rechazar cosas. Con mis alumnos me pasa mucho que cuando están empezando tienen mucha avidez por hacer cualquier cosa. Entonces viene un primo y les da un texto horrible y dicen “dale, dale, dale”, con tal de hacer. Y después es una desgracia, porque después al primo no le podés decir “mirá, es un desastre, tomáte un curso de un año y medio y volvé”. En serio. Yo tengo más o menos unos setenta alumnos por año; la mayoría ya son ilustradores, vienen a hacer un perfeccionamiento de uno o dos años. Algunos recién empiezan. Entonces, yo llevo el siguiente sistema con mis alumnos: cuando están con ganas y maduros, y no les gusta escribir -hay mucha gente a la que realmente no le gusta escribir, y otra que descubre que no sabía que le encantaba escribir-, los mando una tarde a una librería muy linda con cafetería, a que se lean todo lo que puedan de libros argentinos, porque son de autores a los que yo conozco. Y que elijan quién les gusta, a quién les gustaría ilustrar. Yo le escribo una carta a ése, a ellos les pido que armen un blog con unas diez imágenes, y le cuento al escritor: “Mira, este alumno mío está maduro, ¿tenés algo inédito?”. Para ser publicado, porque la idea no es hacer un ejercicio, eso ya lo hacen en mi taller. Es para publicar. Y no sabés, le tiran de a veinte inéditos, a los escritores les encanta esto. Para el ilustrador es un gran comienzo empezar con el nombre de un escritor conocido. Y salen cosas divinas. Pero ahí lo más importante es no agarrar cualquier cosa, sino ir a elegir lo que realmente es lo tuyo. Por eso yo les digo que rechacen todo lo de los primos y las cuñadas, porque después es muy frustrante ver esos libros.

Y porque además se creen que te están haciendo un favor.

Sí, eso casi siempre termina mal.

Cuando empezaste, cuando eras una ilustradora novel, ¿cuáles eran tus preocupaciones diarias con respecto a la ilustración?

A ver, me estoy tratando de acordar (risas). ¡Ah, mira! La única real preocupación que tenía era que yo venía absolutamente de otro planeta, que era el planeta arquitectura, la música y la pintura. Yo no sabía nada del mundo editorial. Yo, si bien tenía niños chicos, no tenía libros argentinos en casa, porque mi marido, que además era profesor de inglés, cuando iba a comprar los manuales ingleses le regalaban libros para chicos en inglés. Entonces yo tenía una biblioteca llena de libros de Penguin, de… ¡Pero no tenía un libro argentino! Yo no sabía nada, no sabía el nombre de una sola persona, de un solo escritor argentino de literatura para chicos. Conocía los de mi época, pero no los de la época de mis hijos. Así que mi primera preocupación fue insertarme, fue conocer algo. Ahí sí que me metí. Me iba a las ferias del libro, me leía todo, me iba a todas las conferencias para conocer algo. Al primer congreso que hubo, que fue en Córdoba justamente, me mandé de cabeza para ver quién era cada uno. Así que esa fue mi primera preocupación, saber algo de los códigos de cómo se hace un libro. En esa época no había escuelas de ilustración. En mis primeros cuatro libros fue aprender los códigos junto con mi editora, que era como mi maestra. Recién el quinto libro, que es ese que mostré ayer de los mapuches, es el primer libro que yo tomé las riendas.

O sea, que me empecé a expresar yo. Pero en los primeros cuatro fue cumplir el código de los demás. Son muy impersonales para mi gusto.

Bueno, pero es un proceso…

Fue mi aprendizaje.

Y ahora mismo, ¿cuáles son tus inquietudes o preocupaciones con respecto a la ilustración?

En este momento en particular me pasa que, por tener tantos alumnos y ver tantos proyectos,  tengo poco tiempo para mí, para ilustrar. Tengo un libro de bocetos desde hace más de un año, terminado de abocetar, y no lo pinto porque tengo ganas de cambiar y no tengo mucho tiempo para experimentar. Cuando tenés que cambiar necesitás concentrarte, olvidarte de los demás. Y en este momento no puedo, estoy en muchas cosas al mismo tiempo. Tengo postergado mi proceso, porque yo quisiera hacer otra cosa. Aboceté ese libro, por ejemplo, pero no lo pinto porque no tengo ganas, en realidad.

Porque no conectas con lo que hiciste hace un año.

¡No, no! ¡Porque no me gusta! Porque quiero cambiar, hay algo ahí que me aburre ya, y quiero buscar otra cosa.

Un consejo que te hubiera gustado recibir cuando empezaste. Alguna recomendación.

No sobre la ilustración, sino sobre mi vida. Y es que no sé si es mejor o peor, pero a mí mis padres me dejaron estudiar todo lo que yo quería, fueron geniales, pero nunca me guiaron. Y yo siempre me mandé de cabeza y me di mis porrazos. Y yo, como madre, no soy así con mis hijos. De vez en cuando mis hijos me lo agradecen. Y yo te digo que yo hubiera querido un poquito de dirección. Y sobre todo en lo que tenga que ver con la protección. Yo siempre fui muy lanzada y después la ligo mucho, viste, el que se abre mucho también la liga mucho, recibe mucho. En serio, lo que muchas veces pienso de mí, lo que me hubiera gustado mucho en la vida: si esa vía hubiera estado, y si yo me hubiera hecho las preguntas correctas en su momento, yo hubiera hecho cine a los dieciocho años. No me hubiera metido en la facultad de arquitectura. Estoy segura de eso. Pero porque no me hice las preguntas que debía haberme hecho a esa edad, o tomarme el tiempo de parar y pensar realmente qué quería… ¿Qué hice? Seguí como un mandato que me gustó, por supuesto, pero seguí, seguí… Y recién pensé eso cerca de los cuarenta años.

O sea, que recomiendas pararse a pensar y ver qué es realmente lo que uno quiere.

Completamente. Ser honesto. Mirá, todo lo que te dicen sobre que en la ilustración no vas a ganar nada de plata es absolutamente relativo. Vos podés ser un actor y ganar como Brad Pitt, o ser un actor y morirte de hambre. Ser actor, de por sí, no te indica que te vaya a ir bien o mal, si vas a ser millonario o pobre. Eso es absurdo. Lo que hay que hacer es, realmente, sentir: “Esto es lo que me gusta”. Nada más.

Entrevista realizada en persona, grabada y transcrita posteriormente. Año 2012.

Mónica Weiss

Mónica Weiss es argentina de nacimiento. Además de editar, ilustrar, escribir y diseñar libros (más de 120 hasta ahora), también es arquitecta, conductora radial, diseñadora de obras visuales y escénicas, curadora de muestras, escritora de artículos teóricos, y para rematar ha sido profesora universitaria (UBA) y jurado en diversos certámenes de ilustración, de escritura y de libro álbum. Actualmente esta faceta educativa es la que explota más, por lo que dicta clases y da conferencias sobre libro ilustrado en su taller de Buenos Aires y en diversas partes del mundo.

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