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Maldita Intensidad

“Esta es la canción que me gustaría que escuchases mientras lees”

” ‘Qué disparate’ podría llegar a decir alguien poco acostumbrado a una realidad que constantemente pervierte los límites de lo que muchos considerarían ‘normalidad’. ¿Pero qué es la normalidad sino una tierra de nadie, gris, soporífera y creada por aquellos que tienen miedo, y en la que en realidad (ni) nadie quiere vivir?

Cuando la intensidad se apodera de quien eres, cuando te inunda y te zambulle sin compasión, sin tiempo para prepararte y coger aire, no te resta más opción que dejarte arrastrar por su corriente y ver a dónde te lleva. Y te toca hacer las paces contigo mismo por un rato y simplemente aceptar lo que eres y mostrarte así, transparente, porque no te quedan fuerzas para fingir.

Es entonces cuando sucede la magia de verdad. Porque cuando la intensidad te posee, lo transforma todo en magnífico y sublime. De pronto la realidad brilla y sin saber muy bien cómo te sientes capaz de sintonizar con la esencia del Universo en equilibrio, y por un segundo, parece que todo va bien en el mundo…

Pero qué poco dura esa sensación… La realidad es cruel y nunca para cuando más nos gustaría. ¿Será quizás porque el disfrute no existiría si no tuviéramos la inevitable certeza de su fugacidad?

A veces no puedo evitar preguntarme quién soy en realidad… ¿Soy la que se contiene, la que lucha constantemente entre el poder y el deber, la que intenta sentir menos, darse menos, involucrarse menos, amar menos, lanzarse menos, crear menos, hablar menos, pensar menos, ser menos…?

¿O soy aquella que no dejo salir por miedo a que esa intensidad que llevo dentro me arrastre lejos de todo aquello que conozco?

A veces no puedo evitarlo y la intensidad me corroe de tal forma que se vuelve venenosa, me controla y necesito dejarla salir. Y como ahora, no puedo hacer más que dejar todo aquello que estaba haciendo: mi trabajo, mis deberes, mis responsabilidades, todo lo que se supone que hay que hacer. Y cojo un lápiz y escribo para dejar salir todo lo que me intoxica y no puedo contener.

Tengo miedo. Pánico incluso. ¿Qué será de mi si no soy capaz de concentrarme en lo que debería ser, en lo que debería hacer, en lo que se espera de mi, en hacer todo lo que es necesario para poder comer y vivir?

Llevo tanto tiempo luchando que el cansancio me juega malas pasadas. Me hace perder el norte y por un momento me distraigo, y me dejo ser, sin querer. Es entonces cuando la intensidad me ataca como un maremoto sin control, como un animal salvaje que acaba de salir de una jaula… Y me fuerza a desear, a sentir, con tal magnitud que a veces hasta me asusta. Me incita a crear sin control, a reír, a jugar, a explorar, a exprimir mi realidad para extraer el máximo disfrute, a buscar la conexión con aquellas personas que se dejen contagiar, porque compartida, la intensidad se multiplica por un millón y vuelve cualquier vivencia en extraordinaria.

Pero poca gente percibe o comprende todo esto y se atreve a surfear esta ola monstruosa de emociones y aventuras. Así que me siento sola. Siento el eco de mis emociones resonar a mi alrededor, como si en el extraño lugar en el que me encuentro solo hubiera vacío. Un vacío oscuro y sobrecogedor.

No sé con quién compartir las palabras que no sé decir, los pensamientos que revolotean en mi mente y no sé expresar, las sensaciones tan fuertes que no sé manejar, las ideas que nacen en mi interior sin cesar…

Y yo solo quiero sentirme yo, sin dilemas, sin encrucijadas, sin diques ni contenciones. Explorar quién puedo llegar a ser navegando por los extraños y caóticos mares de la intensidad, la magia y la locura.

Pero cómo hacerlo si soy perfectamente consciente de que no puedo pagar el precio de ese viaje…

Maldita intensidad.

Habrá que seguir conteniendo, aguantado, moderando a esa persona que me espera al otro lado de esos mares inexplorados y que me llama, haciéndome sentir su fuerza, su poder y su capacidad de expansión.

Si tan solo alguien me acompañara en esta aventura, sabría que no estoy loca. Por ahora solo puedo soltar unas cuantas lágrimas para despresurizar la gran tensión que siento dentro. Dejaré que sean ellas las que por ahora surquen esos mares que ansío recorrer, y se unan a la poderosa corriente que los mantiene vivos y los hace crecer.

Pero no desisto, algún día espero poder realizar ese viaje, sin condenas, sin sacrificios, sin soledades y apostando todo por poner rumbo hacia esos mares.”

>> īo Bru

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