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Ilustración. Cuando encuentras el camino

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¿Cuánto se tarda en encontrar el camino hacia la ilustración profesional? ¿Hay alguna clave para dar los pasos indicados hacia la dirección correcta? ¿Cuáles son las piedras del camino para aquellas personas que queremos convertirnos en ilustradores?

Siento que este post va a ser uno de los más poderosos que podríamos compartir, y es un verdadero privilegio que profesionales con perfiles tan distintos y procesos tan interesantes hayan accedido a compartir su recorrido vital. Mil gracias a todos y todas. Con vuestras palabras y reflexiones vais a dar alas a muchas personas que lo necesitan.

Antes de empezar a leer sus historias os animo a poner el chip analítico y buscar e identificar el común denominador que os dará las claves para aplicar todo lo que cuentan a vuestro caso particular. Y para que lo tengáis más fácil todavía, os las soplo: Son el tiempo, la exploración y la conciencia de que querer dedicarnos a esto significa tener las cosas claras, tomárnoslo como lo que es: un trabajo (no una afición), ser perseverantes y pagar el precio necesario.

De corazón deseo que disfruteis de este pedazo de post del que estoy tan agradecida y orgullosa, por todo el cariño, generosidad y sabiduría que desprende.  

Empecé a dibujar bastante tarde, cerca de los 30, y eso me ha hecho sentir durante mucho tiempo como una especie de ‘intrusa’, porque siempre que leo cosas acerca de otros ilustradores, parece que todos (o la gran mayoría) han nacido con un lápiz en la mano.

Desde el principio he tenido una falta de confianza grande en mis capacidades, me he puesto muchas barreras y limitaciones mentales absurdas, y el miedo ha sido mi gran acompañante.

Pero han habido 3 cosas clave que han marcado mi camino y me han hecho avanzar:

– Apuntarme al máster de diseño e ilustración (hice sólo la parte de ilustración)
– Aprender a pintar con acuarela por mi cuenta
– Trabajar con io Bru de Ilustrando Dudas en mi portfolio

Con la primera decidí que esto era a lo que me quería dedicar. Ese año dibujé un montón y viendo lo que mejoré en esos meses, me di cuenta de que esto es una cuestión de práctica y no tanto de talento, así que era algo que estaba a mi alcance si le dedicaba el tiempo necesario. Además, ver lo bien que dibujaban algunos de mis compañeros me motivaba muchísimo.

Con la segunda, que vino no mucho después, conseguí dar un gran salto cualitativo en mis ilustraciones, y de paso perdí el miedo a jugar con otras técnicas (actualmente trabajo con gouache y lápices de colores principalmente).

Durante mucho tiempo, y siempre limitada por mis miedos, he tratado de abrirme camino en este mundo pero sin mucha ambición por miedo a ser rechazada, centrándome en darme a conocer en redes sociales, lo que me permitió trabajar principalmente en encargos personalizados para particulares e impartir talleres de acuarela.

Pero hace unos meses me di cuenta de que era el momento de ser más ambiciosa, que debía buscar unas salidas más profesionales, por ejemplo en el mundo editorial. Y entonces es cuando apareció io Bru.

Estuvimos trabajando en mejorar mi portfolio, haciendo ejercicios en los que dibujaba cosas que no me atrevía a dibujar por miedo a que no me salieran (¡hola limitaciones absurdas!…), lo que dió paso a un trabajo a nivel más personal.

Porque con estos ejercicios tan sencillos me he dado cuenta de que tengo la capacidad para dibujar (casi) cualquier cosa, tengo las herramientas, y si no, sólo tengo que practicar más, porque como he dicho antes, esto es una cuestión de echarle horas y actitud, hay que aprender y mejorar constantemente, y esto para mí es lo que lo hace tan divertido y me motiva muchísimo.

Así que aunque sé que el miedo siempre me va a acompañar, ya no voy a dejar que me paralice. He dicho muchas veces que no por miedo a no dar la talla, pero hay que atreverse, y llamar a todas las puertas posibles, porque es la única forma de avanzar.

Llevo unos meses trabajando en una serie de audiolibros ilustrados, y si no hubiera hecho un trabajo previo para ir mejorando poco a poco mi autoestima a través de mis ilustraciones, jamás me hubiera atrevido a aceptar el encargo.

Aunque sé que es difícil, es importante no compararse nunca con otros ilustradores, porque cada uno estamos en un tramo diferente del camino, y además es un camino distinto para cada uno, porque la realidad y las circunstancias vitales de cada persona son únicas.

Si te comparas, que sea para decir que si ellos lo han conseguido, ¡tú también puedes!

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Si lo pienso bien, diría que el momento de mi desbloqueo fue cuando empecé a buscar la diversión en mis ilustraciones. Entendí que tenía que quitarle la seriedad al dibujo, hacerlo menos pretencioso, algo que traía adquirido de mi recorrido en bellas artes. Decidí dibujar en libretas y cuadernos con mucha frecuencia sin preocuparme del resultado final y empecé a identificarme más con mis nuevos trabajos. Dejé de intentar gustar a todo el mundo, y esta decisión conllevó hacer muchos sacrificios. A partir de entonces noté como las cosas empezaban a fluir y se me abrió la puerta a mis primeros encargos en la ilustración de prensa.

Desde mi punto de vista, este punto de inflexión no habría sido posible si no hubiera estado rodeado de amigos/as y profesionales de la ilustración, de los/las que he aprendido y aprendo mucho constantemente.

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Para hablar de mi recorrido, es necesario que cuente que empecé estudiando Bellas Artes y, al contrario que mucha gente con la que hablo, disfruté muchísimo de la carrera. Si bien es verdad que había muchas cosas mejorables y mal enfocadas (yo que venía de estudiar un bachillerato tecnológico y nunca había cursado asignaturas relacionadas con las artes), me centré en aprender y disfrutar lo que me ofrecían y lo más maravilloso fue hacerlo junto a compañeros con tanta diversidad creativa.

Una de las asignaturas de la carrera que esperaba con más ganas era Ilustración, pero esas altas expectativas acabaron por convertirse en una desilusión total. Fue una materia donde yo sentía que no nos estaban contando nada útil que posteriormente nos pudiera servir para lanzarnos al mundo profesional.

Así que ahí estaba yo, con la carrera terminada y ninguna idea de cómo empezar a ganar dinero de la Ilustración. Como no soy de carácter derrotista, decidí aprender todo lo que no me habían enseñado por mi cuenta. Buscaba información y material por Internet hasta que, como una tabla de salvación, llegué por casualidad a la web de Ilustrando Dudas. ¡No me lo podía creer! Me ofrecían todo lo que yo necesitaba.

Empecé con el curso Soy Ilustrador ¿Y ahora qué? y recuerdo que solo pensaba: ¿Cómo han podido llamar Ilustración a esa asignatura de la carrera? No me habían contado nada de todo aquello que io Bru me estaba descubriendo. Después de hacer este curso, con las ideas mucho más claras y un mercado identificado al cual dirigirme, empecé a hacer un portafolio enfocado.

Al poco tiempo comprendí que necesitaba un poco más de ayuda a la hora de desarrollar

contenido y como me había ido tan bien la primera vez, decidí realizar mi segundo curso con Ilustrando Dudas. En esta ocasión elegí el curso Illustration Portafolio Project con seguimiento personalizado, que duraba 2 meses, y de la mano de io Bru fui concretando y sacando mini-proyectos muy realistas y enfocados que después me han servido para mostrar a clientes.

El camino no ha sido fácil, ha estado lleno de dudas que vuelven de vez en cuando, y aunque siento que aún queda muchísimo que recorrer, ahora doy los pasos más segura.

A aquellos que estáis empezando os aconsejo que habléis con compañeros ilustradores, pedid consejo, que al principio uno se siente muy solo, pero no tiene por qué ser así. Mucho ánimo a todos y ¡a dibujar!

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Bueno, me gustaría decir que me considero un “Work in Progress” total y siempre estoy tratando de ofrecer lo mejor de mi como profesional.

Encontrar un camino, o en mi caso, varias vías dentro del mismo camino, no ha sido muy difícil, casi una consecuencia natural, pero ha sido una mezcla de intuición y constante análisis de mi trabajo y del panorama donde puedo ofrecer mi trabajo. Por supuesto la constancia ha sido clave, y creer en mí y en mis posibilidades aún más que todo lo anterior. Eso me lleva al momento más crucial o importante.

Fue cuando monté el chiringuito de El Dios de los Tres, cuando creé mi marca. Veréis… yo venía del mundo de las Bellas Artes, pero no tenía contacto con el mundo real profesional. Se me daban muy bien muchas disciplinas y tenía muchas inquietudes, ganas de trabajar y tenía una estética o imagen más o menos definida. Mucha formación pero cero conocimientos de como conseguir euros. Mi vida era un cuadro real. Entonces, me decidí a construir un proyecto de futuro que fuera cada vez más sólido, que aglutinara todas mis inquietudes profesionales de la ilustración y el arte. Que además me permitiera trabajar en varias vías, pero todas dentro del mismo camino. Así es, como he convertido El Dios de los Tres en un mini universo en expansión, y en el eje central de mi vida desde hace cuatro años (y que vengan muchos más).

Es verdad que estos dos últimos años han sido frenéticos y han venido muchas cosas de golpe. En realidad solo he tenido que dejar fluir las cosas. Me refiero, soy muy cabezón, mucho. Todo ha fluido, como consecuencia de estar los dos o tres primeros años trabajando como una hormiga, casi sin dinero o invirtiendo todo en mi proyecto, renunciando a todo el ocio y placeres propios de mi edad “juvenil”. Ha merecido la pena porque mira ahora cari, brillo con highlighter como la Rosalía.

Por otro lado, siempre me empeño en perfeccionar todo y que todo se me de bien. Eso no está mal porque nos ayuda a seguir hacia adelante, pero hay veces que no prestamos atención lo que se nos da bien de forma natural. En mi caso es el mural. Yo al principio me empeñaba en descubrir el sector editorial, y aunque no me cierro puertas, voy a ser sincero, no me atrae demasiado ese mundo y sus condiciones. Ahora, dame una pared y verás lo que te hago.

Yo no tenía ni ***** idea de qué era y me ofrecía la ilustración, ni ser ilustrador. Ser ilustrador era hacer cosas guays, hacer libros en torno a tu ombligo y todos tus traumitas, vivir en casas de baldosas modernistas, tener un instagram estupendo, muchos tattoos, muchos gatos, muchas plantas y estar en muchas fiestas de postureo con cara de mico, vestido de mamarracho y bebiendo bebidas de no se qué latte.

Bromas aparte y creo que finalizando, si queréis seguir un camino o varios caminos hay que saber cuáles son y que implica la profesión en general. Porque es dura, hay que ser valientes y arriesgar.

Para mi, otro paso fundamental de hacia dónde ir o cómo empezar, fue adquirir y visualizar qué era exactamente la ilustración: hasta dónde abarcaba, qué caminos y terrenos profesionales implicaba, y por otro lado, qué es lo que yo podía hacer y ofrecer y lo que no (o no me interesa). El Dios de los Tres nació a mediados o finales de 2015, y en 2016 hice un curso con io Bru. Me ayudó mucho, porque ordenó lo que yo más o menos intuía, me dió una visión clara de la profesión, como funcionaba la movida y me ayudó a ver por dónde yo podía tirar. Ahora en este momento, creo que soy ilustrador y además hago muchas más cosas guays, y conozco y respeto la profesión cada día más. Y por supuesto me he convertido en el cliché del que antes me reía jaja. Así que si yo he podido, TÚ TAMBIÉN.

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Los comienzos son duros, y sobre todo cuando no sabes a dónde ni a quién dirigirte. A veces la ansiedad nos juega una mala pasada, siempre se cree que se está preparado

y aún siendo así, no suele ser suficiente, el ilustrador moderno tiene que atender a muchas otras facetas aparte del dibujo, somos como vendedores de un producto del cual el mercado está saturado, con gente muy competente; página web, redes sociales, actualización de las mismas, darte a conocer constantemente…

En mi caso el acudir a eventos y ferias de ilustración fue abriéndome algo el camino, seguir con mi formación en cursos que me abrieron nuevos horizontes y parándome a preparar con mimo un portfolio del que sentirme orgulloso.

Pero el punto de inflexión fue fijar mis objetivos y dirigir mi portfolio al público adecuado, algo que io Bru enseñó y se me grabó a fuego ^_^

Gracias a esto conseguí entrar en la agencia americana Astound la cual me permitió trabajar con clientes a los que no podría haber accedido por mi cuenta y adquirir experiencia y seguridad a la hora de abordar un trabajo. Poco a poco he ido publicando varios álbumes ilustrados, y de momento la tendencia es al alza, así que… ¡crucemos dedos!

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Encontrar mi propio lenguaje fue un proceso relativamente prolongado en el tiempo y con muchos altibajos a todos los niveles.

Cuando estudiaba diseño gráfico tuve una época muy fructífera en la que probé con diferentes estilos que me resultaban sencillos de aplicar, pero era evidente que no eran 100% yo. Llegó un punto en que me saturé de hacer cosas por hacer, con estilos distintos cada día y sin llegar a ninguna parte. Acabé explotando. Normalmente trabajaba con el ordenador, con Illustrator, pero de tanto usarlo necesité desintoxicarme y casi que pensaba que mi solución sería probar con otros medios como las acuarelas o el gouache. Creía que iba a encontrar mi camino con esas técnicas… y era divertido usarlas, pero honestamente no eran para mi a nivel profesional.

Durante unos dos años, incluso diría que tres, estuve probando con distintos estilos, cogiendo elementos de otros ilustradores y artistas que me gustaban y haciendo dibujos cada día, me obligaba a sentarme a pintar aunque no tuviese ganas… y al final de tanto practicar acabé llegando a lo que a día de hoy es mi estilo. Al principio empecé a realizar esos diseños con gouache y un día, que no tenía tiempo suficiente para sacar todos los bártulos que utilizaba, decidí hacer uno de esos nuevos dibujos a ordenador… y fue cuando todo encajó. Siento que tuve que alejarme de lo que era mi medio natural, probar con otras cosas y “divertirme”, para luego volver a reencontrarme con Illustrator y ver que realmente era la herramienta adecuada para mi.

También, obviamente, me sirvió mucho investigar, leer sobre ilustración… pero en esencia creo que yo tuve que alejarme para ganar perspectiva y ver todo con mucha más amplitud. Además, por supuesto, creo que es importante ser constantes, trabajar cada día y no desistir. A veces tardamos más en encontrar nuestro estilo, y a veces menos, pero la cuestión es no tirar la toalla. Y por supuesto, creo que es esencial saber que esto es un camino en construcción, que todos los lenguajes y estilos evolucionan y que nunca dejamos de aprender cosas nuevas que enriquecen nuestro trabajo.


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Mi momento de inflexión sucedió (y no es por hacer la pelota) tras hacer un curso de Ilustrando Dudas hace ya cuatro años. Aunque todo haya empezado a tomar forma bastante después, ese fue el punto en el que yo considero que la cabeza me hizo “click”.

Os cuento:

Yo llevaba ya unos años viviendo en Londres, y aunque no había nada concreto por lo que estar mal, la verdad es que no me encontraba del todo bien. Yo había estudiado Bellas Artes y me machacaba bastante pensando que no estaba haciendo nada por conseguir un trabajo “de lo mío”, pero es que realmente no tenía ni idea de qué era “lo mío”.

No sé cómo fue que di con el curso Illustration Portafolio Project de Ilustrando Dudas y me apunté. Este curso por una parte me abrió los ojos a algo a lo que yo nunca había pensado dedicarme: la ilustración, y por otra parte me dio una bofetada en la cara (o al menos así lo sentí yo). Tenía que hacer algo. ”Ilu, o haces tú algo por cambiar esto ya o nadie lo va a hacer por ti”. Así que me puse manos a la obra.

El principio fue muy lento (muuuuuuuuy lento), empecé a crear contenidos para poder tener una página web medio en condiciones, tuve que aprender sobre ilustración ya que yo venía de Bellas Artes y no tenía ni idea de cómo funciona esta profesión, fui estudiando las diferentes salidas, descartando otras para ir despejando el camino… y así.

A los pocos meses decidí reducir mi jornada laboral en otro trabajo a la mitad para poder tener más tiempo para dedicar a esto. Esto me facilitó las cosas dándome más tiempo, pero claro, me dejó con la mitad de dinero, aquí tuve que tomar otra decisión importante. Si dejaba de tener la mitad de mis ingresos para dedicar el tiempo a crearme una carrera profesional, al menos debía de ser constante en esto último, de lo contrario caería con todo el equipo y esto me haría sentir realmente mal. En este punto me di cuenta de que necesitaba ser más organizada y no sólo dedicar tiempo a dibujar, si no a muchas otras cosas necesarias para poder avanzar profesionalmente, formación, coordinación, gestión del tiempo, creación de nuevos objetivos, búsqueda de salidas profesionales, etc.

Ahora mismo me encuentro en medio del proceso pero siento la satisfacción de que escogí el camino adecuado, aunque a veces dude y me venga abajo y todas esas cosas, me encuentro con ganas de seguir adelante. Otra de las cosas primordiales para mí es rodearme de gente que me apoya y que confía en lo que hago, y que, sobre todo, cuando digo que lo voy a mandar todo al garete me frenan, me piden que respire, se ríen y me dicen “¿ya se te ha pasado? Pues venga, a darle duro de nuevo”.


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Para contextualizar un poco, empiezo contando que he sido la típica niña que siempre ha dibujado muchísimo. Me encantaba. Llegó la adolescencia y seguí haciéndolo con la misma intensidad. Es por eso que estudié Bellas Artes.

A pesar de que los libros y los productos con ilustraciones nos rodean, yo no me había planteado como trabajo el ser ilustradora, era un mundo muy desconocido para mi y no llegaba a caer en la cuenta de que se pudiera vivir de ello. Esa parte aún estaba por descubrir.

Por otro lado, si tu ves mi trabajo hoy, más allá de que la técnica y el estilo hayan evolucionado mucho o poco, puedes apreciar que se trata de un universo bastante tierno. Bien, pues eso siempre ha sido así, pero me desanimó bastante que dos profes de la carrera vieran como negativa esa parte dulce. A uno de ellos le parecía un lenguaje infantil y vacío que buscaba tan solo ser comercial. El otro me llegó a pedir que “fuera más Frida Kahlo” y que “tirase más de la negatividad”, como si yo no lidiase con mis propios problemas internos o como si exponer mi “lado oscuro” me fuera a hacer más artista o más válida. Por cierto, me encanta Frida.

¿Ser un poco niña era incompatible con sacar adelante buenos proyectos? En ese momento entendía que esos profesores por el hecho de tener más experiencia, seguramente tenían razón. Es entonces cuando entré en un estado de confusión en el cuál dibujar se me hacía incómodo.

Terminé la carrera y, por primera vez en mi vida, dejé de dibujar como lo había hecho siempre. Hacía algunos retratos por encargo, y, un poco, lo que se esperaba de mi: cuadros con técnicas tradicionales como el carboncillo y trabajos, así, de temáticas más “serias”. Ese tipo de proyectos se me hacían bastante pesados, lo cual me generaba un sentimiento extraño y desagradable, ya que a mi siempre me había encantado dibujar. De repente no me sentía a gusto con el arte. Parecía que no encajábamos, que yo no era lo suficientemente bohemia y/o madura como para poder disfrutarlo y querer vivir de ello.

En este punto he de decir que también tuve profesores maravillosos y asignaturas en las que aprendí bastante, de hecho, algunas de ellas me encantaban. Por un lado, me desanimé, pero por otro, aprendí cosas que ahora me sirven, y mucho. No sé si conocer la figura del ilustrador y tener más información sobre ello, como pasa actualmente, habría cambiado las cosas. De cualquier manera, creo que hay muchos caminos para llegar a ser ilustrador, no sé cual es la mejor opción, imagino que depende de la persona. Pero seamos positivos/as, digamos que Bellas Artes me permitió experimentar y, con los años, distinguir lo que me gusta de lo que no.

El primer año después de la carrera estuve preparando unas oposiciones que, finalmente, no salieron (menos mal). El segundo año estuve viviendo en el Reino Unido. Creo que fui a buscarme a mi misma. Y de hecho, me encontré. Trabajaba como camarera en Londres. Entre horas, aparte de estudiar inglés, dibujaba mucho y, para mi sorpresa, volvía a disfrutarlo. El tiempo pasaba volando cuando estaba en ello, igual que antes. Pero lo más importante es que conocí la figura del ilustrador a través de redes sociales. Fue un descubrimiento muy emocionante. Es entonces cuando empezó mi verdadera lucha por ser ilustradora. Lo tenía clarísimo ¡Yo quería eso! Hacían justo lo que a mi me encantaba.

Volví a España y me di un plazo de un año para dedicarle tiempo a ese sueño y sacar algo en claro. Y con esa cuenta atrás que yo misma me impuse empezó mi búsqueda de estilo. Dibujaba y dibujaba. Estudiaba cursos online de Photoshop, Illustrator, Indesign y de todo lo que se me pusiera por delante y tuviera algo que ver con mi nuevo objetivo. Consumía mucho trabajo de ilustración, no paraba de ponerme retos y, evidentemente, también me frustraba a veces, entre otras cosas, porque el ese lenguaje personal que yo buscaba no aparecía, o eso creía yo. Ahora lo recuerdo como unos meses de trabajo intensos, pero he de confesar que por aquel entonces, y sobre todo al principio, yo misma me consideraba “nini” por no hacer otra cosa más que dibujar. Hoy día para nada lo veo así. Aparte de que no tenía razón, era agotador tener esa manera de pensar. Realmente, era parte imprescindible del proceso pasar por todo aquello. Me estaba formando.Gracias a colgar mis trabajos en las redes sociales empecé a tener mis primeros encargos y a colaborar con revistas artísticas. Todo eso, aparte de ser motivador, me llevó a trabajar para una agencia de comunicación que al poco tiempo me contrataría como diseñadora gráfica para cubrir una baja por maternidad (¡Gracias TARSA!).

¡Sí! ¡Nuevo giro de los acontecimientos! Estuve 4 años trabajando como diseñadora gráfica en agencias de publicidad. Y, aunque seguía realizando algunos proyectos de ilustración en las agencias en las que estuve, el último año me dio por pensar que había vuelto a alejarme de mi objetivo principal, que volvía a dejar de lado mi verdadero sueño.

Esos proyectos de ilustración de los que hablo no los hacía como ilustradora que trabaja con un estilo y una forma de hacer determinada. La mayoría de las veces me pasaban referencias y querían eso, con ese estilo, y ya está. No me daba tiempo a evolucionar en mi propio estilo.

Por aquel entonces no lo sabía, pero, en realidad, no me estaba alejando de cumplir mi sueño. Trabajar en equipo, tratar con clientes, los deadlines, preparar artes finales, y, en fin, todo lo que conlleva ser diseñadora gráfica, me hizo ganar mucha experiencia y seguridad en mi misma. Más tarde eso me vendría genial. Lo volvería a hacer mil veces. Ser  diseñadora gráfica me gustó y me gusta, eso sí, no tanto como ilustrar.

Es entonces cuando llegó el punto de inflexión. ¿Iba a ser diseñadora gráfica siempre? Tenía 30 años ¿Me daba igual que con 40, 50 ,60 años quedara lejos y olvidado aquello que más me gustaba hacer desde pequeña? ¡Uf! Me agobiaba pensar que fuera a ser así. Me daba mucha pena imaginarlo, así que empecé otra cuenta atrás con una nueva meta a corto plazo.

A modo de reto personal, escribí e ilustré “La Superchef”. Quería tener un cuento hecho por y para mi, para recordar en un futuro que yo dibujaba mucho de pequeña. Algo que pudiera enseñar a futuros/as sobrinos/as, hijos/as y/o nieto/as. Lo de enviarlo a editoriales ya se vería.

Llegaba de trabajar y me ponía con ello por las tardes y por las noches. Al principio, tuve que tener mucha paciencia conmigo misma, pues lo del estilo no lo veía claro del todo y me sentía un poco espesa, la verdad. Aún así, mi chip había cambiado bastante y me auto-perdonaba esas cosas, después de todo, era normal, estaba haciendo algo que no había hecho nunca antes. Tenía uno plazos fijados, pero me daría cierta flexibilidad. Creo que esto último fue la clave, pues al final el no auto-castigarme por no salirme las cosas a la primera me permitió disfrutarlo bastante, y dejar que las ideas fluyeran (de hecho, el cuento tiene esa moraleja).

Antes de eso intenté buscar colaboraciones. Que alguien me escribiera el texto para yo ilustrarlo, pero, por unas cosas o por otras, veía que ni la idea ni el texto llegarían nunca, así que decidí hacerlo yo misma.

Me gustaba como iba quedando, tanto como para hacer una presentación y probar suerte con las editoriales, a pesar de haber leído mil veces que cuesta muchísimo que te publiquen algo si eres nuevo en el mercado.

Elaboré un pdf muy completo pero breve para que de un vistazo se viera de qué iba el proyecto y porqué yo confiaba tanto en él, como cuando le pasaba una propuesta de imagen de marca a un cliente. Y entonces hice eso que llaman “salir de tu zona de confort”:

¿Llamar a editoriales para decir que soy ilustradora y que tengo un proyecto que considero bueno cuando, en realidad, no me conoce ni dios? He de aclarar que soy bastante tímida y que, en estos casos, eso hace que me bloquee fácilmente a la hora de hablar. Bueno, pues nada de eso. Resulta que al final las editoriales no mordían y que incluso le pillé el gustillo.

Por supuesto, antes de esto investigué muchísimas editoriales y realicé una lista con aquellas que más me gustaban y en las que veía que podría encajar mi proyecto. Me iba de excursión por las librerías y observaba hasta el más mínimo detalle: ¿Que tenían en común los libros que más (me) gustaban?, ¿Dónde se paraban los niños? ¿Dónde me paraba yo y por qué? Títulos, colores, nombres de editoriales… ¿Qué temas trataban unas y otras? ¿De qué manera? ¿Qué edades? Cualquier pregunta que se me ocurriese y me ayudase a encontrarle un hueco a lo que yo tenía en mente era bienvenida.

Para mi gran sorpresa dos de mis editoriales favoritas estuvieron interesadas en publicarlo. Dejé mi trabajo en la agencia en la que estaba, incluso antes de saber eso y todo lo demás que estaba por llegar, como si me oliera algo. Esto fue hace poco más de un año. A raíz de ahí surgieron otros proyectos con la misma editorial que lo publicó. Por otro lado, no sé si fue por mi vuelta a las redes, pero me contactaron de una agencia de ilustradores para representarme internacionalmente.

Recientemente he tenido la oportunidad de trabajar con ellos y la experiencia ha sido bastante buena, pero, de momento, tampoco se puede contar mucho más. Fueron varias buenas noticias juntas. Todavía lo vivo como algo increíble.

Desde entonces he enlazado un proyecto con otro para diferentes editoriales y puedo decir que es un trabajo que me ENCANTA, con mayúsculas. Ojalá poder hablar con mi yo del pasado para decirle que no se auto-castigue tanto, que no dude tanto de sí misma y que ser un poco niña no es algo malo.

Unas de las cosas que más disfruto es lo mucho que se aprende de un solo proyecto. Cada vez es más y más fácil abordar y disfrutar proyectos que antes consideraba complejos. También me gusta que siempre haya algo nuevo que aprender. Por el contrario, lo que menos me gusta, o peor se me da, es lo de no sentirme afectada e intentar no llevarme a lo personal ese momento en el que te hacen una propuesta con condiciones exageradamente bajas. Creo que se me queda una cara que es para verla.

Apenas llevo un año como ilustradora freelance, y sé que todavía me queda mucho por aprender, baches que saltar y cosas por conseguir, pero animaría a cualquiera que tenga este mismo sueño (o cualquier otro) a intentarlo. Ya sé que alcanzarlo depende de muchos factores, pero de quien primero depende es de uno mismo. Cuánto más lo intentas más aprendes y más posibilidades tienes de conseguirlo.


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El proceso fue largo y lo encaré sin fórmulas, sin recetas mágicas. Por supuesto que las busqué por todos lados, pero no las encontré, y fue buscándolas como aprendí que las recetas mágicas no existen. Pero descubrí que hay algunas cuestiones muy importantes, cosas de las que tuve que darme cuenta y decisiones que tuve que tomar.

En mi vida nada nuevo llegó hasta que no le di lugar, hasta que no le generé un espacio. Y todo cambió y comenzó a avanzar cuando decidí apostar y darle espacio y tiempo real a prepararme con seriedad para ser ilustrador.

Desde que tuve claro que quería ser ilustrador hasta que publiqué mi primer libro pasaron cinco años de formación, de exploración, de mucho aprendizaje y muchos intentos.

Estoy muy agradecido, hoy me doy cuenta de que esos cinco años también fueron parte del camino, pero en ese momento fue difícil. Trabajaba como docente a tiempo completo, me gustaba mi trabajo pero soñaba con ser ilustrador y todo el tiempo me preguntaba “¿Qué más puedo hacer?” Un día me di cuenta de que no podía llegar a un nivel profesional con un portafolio de aficionado, y decidí prepararme mucho mejor, estaba decidido a ser un profesional, por lo tanto necesitaba prepararme como un profesional. Y eso me llevó a darme cuenta de algo que no había pensado antes: Prepararme seriamente para ser ilustrador me llevaba tiempo y energía, cosas de las que mi trabajo no me dejaba ni un mínimo resto al final de cada día. Entendí que si quería prepararme de verdad, no podía hacerlo con los residuos de tiempo y de energía que me dejaban mi trabajo diario: Necesitaba tiempo y energía de calidad, y por lo tanto necesitaba dejar horas de trabajo como docente.

En mi vida esa decisión implicaba un costo alto y arriesgado, menos horas de trabajo significaban menos dinero seguro al final del mes. Pero si vemos que nos va la vida en dedicarnos a lo que realmente queremos, es cuestión de soltar seguridades y encarar riesgos, de afrontar costos y pagarlos. En mi caso, con el apoyo de mi esposa y mis hijos, tomé la decisión de dejar horas de clase para poner ese tiempo y esa energía en preparar un mejor portafolio y salir a mostrarlo. Todo cambió cuando solté esas horas de trabajo para dedicarlas a prepararme mejor, todo empezó a acomodarse cuando hice un poco de espacio en mi vida. Y si bien no encontré una receta mágica, sí me he dado cuenta de que con tiempo y energía de calidad, cualquier cosa en la que trabajemos comenzará a crecer.

Nunca fui bueno para vencer mis miedos, he tenido y tengo muchos miedos, pero si hay algo a lo que he aprendido a dejar de temer, es al miedo.

Frente a la necesidad de dejar parte de un trabajo seguro para apostar a lo que realmente quería, debo reconocer que no fui para nada valiente. Por el contrario, me di cuenta de que el miedo era muy fuerte y seguramente no lograría vencerlo, así que pensé: “Bueno, miedo, está bien, tú ganas. Eres más fuerte que yo, así que haré lo que tú me digas, pero escucha esto: sé que dejar hoy la seguridad de un trabajo formal significa afrontar muchos peligros, pero hay algo que me aterra mucho más, y es llegar a viejo con mi trabajo seguro, preguntándome qué hubiera pasado si alguna vez me hubiera animado. Eso sí que me resulta aterrador”. Así que con todo el miedo encima, lo hice.

Dejé parte de mi trabajo como docente, y me puse a preparar nuevas muestras para un nuevo portafolio. Hoy mi trabajo como ilustrador ya me exige dejar las cuatro horas de clase que me quedan en la semana, pero realmente las disfruto. En resumen, aprendí que sin miedo o con miedo, lo importante es avanzar. Esto del miedo puede sonar a batalla épica interior pero al final no es gran cosa, verás que a los primeros veinte minutos de libertad que te hayas permitido para trabajar por lo que quieres, te pondrás a dibujar y te encenderás con un entusiasmo que lo quemará todo.

Me di cuenta de que para prepararme seriamente para ser profesional, debía tener una preparación profesional, y para eso debía rodearme de profesionales. Debía ir a lugares a los que iban los ilustradores y reunirme con ellos. Nunca voy a olvidar el primer taller al que fui. Todo lo que el taller me brindó me pareció increíble, pero lo más increíble fue estar rodeado de personas que trabajaban o querían trabajar en ilustración. Hay espacios en los que se respira ilustración, y me di cuenta de lo necesario que me resultaba y lo mucho que me gusta compartir esos espacios, y respirar ese aire. Y charlando con ilustradores me enteré de algo más: entre los espacios en los que se respiraba ilustración, había espacios para mostrar mi trabajo a los editores.

Así fue que me anoté en las Jornadas para Ilustradores de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, jornadas que hoy organiza la Asociación Dibujantes de Argentina. Junté todo lo que tenía preparado, avisé en mi trabajo que iba a tomarme unos días y fui. Y allí conseguí mi primer trabajo.

Fue hace ya varios años, desde esa vez nunca me pierdo esa oportunidad de reunirme tres días con mis compañeros de Argentina y otros países hermanos, allí compartimos muchas charlas y conferencias para ilustradores en espacios siempre enriquecedores. Todavía recuerdo una charla de una ilustradora española, io Bru, que presentaba su proyecto “Ilustrando Dudas”, un proyecto con un montón de información para los profesionales y para los que queríamos serlo. Recuerdo que escuchando esa charla me pregunté cómo era posible que los colegas sean tan generosos, y ahí empecé a darme cuenta de que si bien el mercado es competitivo, cada uno de nosotros tiene un estilo único y eso nos corre del lugar de competidores y nos acerca a compartir como compañeros.

Todo cambió y empezó a avanzar cuando me di cuenta de que un profesional no encara su camino solo. Un profesional se pone en contacto con otros profesionales, comparte, se forma, consulta, escucha y colabora.

Es importante aclarar que el hecho de que uno empiece a caminar como ilustrador con sus primeros trabajos, no quiere decir que uno haya encontrado su camino. Es un proceso, se va encontrando con el tiempo, después de siete años de profesión en los que nunca paré de trabajar, todavía voy encontrándolo

Pero en el inicio el camino se puede caer a una trampa de la cual puede ser muy difícil salir. Uno sueña con ser ilustrador y vivir de la ilustración, y la ansiedad por publicar el primer libro puede hacer que cualquier oportunidad parezca la mejor. La primer editorial que me contrató fue honesta y me aclaró que ellos pagaban siempre lo menos posible, y lo acepté. Confieso que hasta lo acepté entusiasmado de publicar mis primeros libros. No tardé en darme cuenta de la dimensión real del problema: lo que me pagaban no me alcanzaba para vivir.

Soñando con publicar mis primeros libros para poder vivir de la ilustración había tomado trabajos y decisiones que, por el contrario, me impedían vivir de la ilustración. Fue difícil salir de esa situación, después de cada negociación que no sale como esperábamos, quizá quedamos con la autoconfianza golpeada para la siguiente… Es un círculo que me costó revertir. Afortunadamente, la misma situación me ayudó. Ya no se trataba solamente de decir “no”, porque teniendo familia y habiéndome decidido a vivir de esto, los trabajos mal pagados simplemente dejaron de ser una opción.

Llegó una negociación en la que tuve que decir “Yo quiero hacer este trabajo, ustedes saben que me encantaría, pero con este presupuesto simplemente no puedo. Para hacer un trabajo que me lleva dos meses, necesito al menos poder vivir dos meses”. Algunas propuestas se acomodaron, otras se cayeron. Pero buscando empezaron a llegar otras propuestas. Nuevas, mejores. Comprendí que hay que buscar constantemente, buscar mejores presupuestos, mejores condiciones, mejores contratos. Merecemos mucho más que sólo sobrevivir el tiempo que nos lleve hacer nuestro trabajo, merecemos que nuestro trabajo sea bien remunerado y acorde al uso que se hará de él, y sobre todo merecemos vivir bien, disfrutando de la vida como cualquier persona tiene derecho a hacerlo.

Definitivamente las cosas en mi vida económica empezaron a tomar rumbo cuando entendí que si uno quiere vivir de su profesión los trabajos mal pagados no son una opción.  

Parece simple, pero tuve que aprenderlo con la experiencia. Aprendí cosas desde lo más administrativo, como nunca trabajar sin contrato escrito o nunca entregar una ilustración final en alta resolución hasta no tener acreditado el pago, y fui descubriendo mis preferencias sobre lo que me gusta ilustrar y lo que no.  Descubrí, por ejemplo, que no me gusta ilustrar manuales ni libros educativos, y que una de las cosas que necesito para disfrutar es libertad.

Una vez tuve un gran dilema frente al trabajo más grande que me habían ofrecido hasta el momento. Era un diccionario. Me costó mucho decidir algo que en realidad era muy fácil, porque la idea de hacer un diccionario no me gustaba nada. Finalmente, por primera vez, pude decir que no a un trabajo que sentía que no era para mi. Pero lo más importante es que entendí que ser buen profesional no es resolver bien todo, por el contrario es poder distinguir muy claramente qué trabajo es para nosotros y cuál no lo es. Frente al trabajo que no es para nosotros, es importante saber decir que no. Y frente al que sí lo es, plantear lo que realmente necesitamos para hacerlo y disfrutarlo, que al final esta profesión se trata de eso: de disfrutar nuestro trabajo.

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